¿Ha llegado la hora de las mujeres en el escenario de la venganza?.
Esteban Tancoff.
Que distancia abismal, en los rituales de apareamiento, entre el hombre de las cavernas, que arrastraba a las mujeres de los “ pelos” para satisfacer sus instintos sexuales y el Pez Globo, quizá el artista mas complejo del reino animal, que con sus aletas y un plan matemático y perfecto en su cerebro, consigue crear mandalas con círculos en la arena del fondo del mar para atraer a las hembras y también el pingüino “emperador”, uno de los pocos animales fieles a una pareja toda la vida (eso si, se ven una sola vez al año en el mismo sitio), allí entre miles de pingüinos la fiel pareja se encuentra gracias a un canto personalizado que han aprendido el uno del otro, y el ritual de enamoramiento consiste en el regalo de una piedra por parte del macho al compas de un baile.
Volviendo al mundo humano ,nos preguntamos ¿existe inscripto en su cerebro un protocolo de acciones y conductas de apareamiento? Evidentemente no, la humanidad carece de una herencia genética, su comportamiento en ese sentido se ha modificado en el marco de los cambios culturales, que estuvo signado por la violencia y el poder mas crudo.
Desde los inicios de la conciencia humana, la sabiduría popular ha dicho que el hombre es el animal que deja muchas cosas sin hacer, no puede eliminar algunos venenos de la memoria y sufre bajo la marca de experiencias desagradables, la existencia humana, es ni mas ni menos que la cumbre de una memoria acumulativa, recordar puede estar atado a antiguos lazos de dolor, a veces de forma convulsiva y hasta adictiva,( los neuróticos prefieren tener los accidentes en la misma curva)..
La cultura entendida como producto de una sublimacion de la violencia, debe ofrecer sistemas para el restablecimiento de las heridas, tanto visibles como invisibles, antes las lesiones físicas y morales, producto del contacto con la crueldad deseada o indeseada de otros. En tales casos se puede echar mano a mecanismos sutiles de curación mental de los daños, a ellos pertenecen las protestas espontaneas, la exigencia de pedir cuenta al que nos ha herido o en caso de no ser posible, pedir satisfacción en un tiempo dado, de lo contrario la interiorización de la herida como castigo merecido inconsciente puede llevarnos hasta la adoracion masoquista del agresor.
En un futuro esperamos que estos tiempos donde parece renacer la cultura de la venganza a los agravios de las mujeres, se establezca el cuidado político de la justicia y allí donde existió un compulsivo imperativo de venganza se convierta la Justicia en una prudente forma compensatoria.